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El valor de los sentimientos

Lewis Terman, investigador de la Universidad de Stanford, inventó los famosos test de inteligencia. Se media esta inteligencia para saber el coeficiente intelectual del niño. El resultado de una serie de pruebas comparadas con otros niños del mismo grupo y de la misma edad daba la llave para saber el nivel del coeficiente (C.I). En este aspecto recuerdo que muchos padres de mi generación estábamos pendientes de saber el número de coeficiente intelectual de nuestro hijo o hija y quizás tuvimos un poco de decepción cuando, según los estudios realizados, se vio la importancia de tener un buen coeficiente emocional. (C.E.) Luego respiramos aliviados y nos quedó la tranquilidad de saber que los habíamos amado, valorado y aceptado y esto ya estaba relacionado con su autoestima y con su capacidad para saber convivir. En definitiva el resultado de una buena educación siempre está cimentado en el cariño y en el amor. Los psicólogos Slovey y Mayer nos definen la inteligencia emocional como la capacidad de controlar y regular los sentimientos de uno mismo y de los demás, utilizándolos como guía de pensamiento y de acción.

La educación de los sentimientos incluye las capacidades del conocimiento propio, autocontrol, equilibrio emocional, saber relacionarse bien con los demás desarrollando la empatia, para reconocer y comprender los sentimientos de los demás y confiar en ellos; también el optimismo y el agradecimiento. He escuchado a muchos padres angustiados por sus hijos adolescentes que frecuentan locales con el riesgo de droga, alcohol, pornografía. He leído que en Estados Unidos algunas de les familias con hijos conflictivos son internados por 40.000 dólares al año al Sur de Jamaica, con vistas al Caribe, en un centro al que llaman de modificación del comportamiento, que se encarga de enderezarlos durante 3 años casi en régimen carcelario para enseñarlos a convivir. Veo que muchos adolescentes son víctimas de agravios por parte de sus compañeros de escuela. Es un acoso nombrado “bullying”. Parece ser que tanto las víctimas como los agresores necesitaran de terapias para mejorar sus actitudes. Quizás esta conducta agresiva por parte del agresor sea, entre otras causas, el resultado de un abandono de los hijos que reaccionan de la forma en que los han tratado creyendo que el mundo es hostil y su violencia se hace frecuente en las aulas donde ser el “matón” de la clase puede convertirse en ser el líder de ella. Son tiempos de velar por nuestros pequeños y nuestros adolescentes, enseñarles a comprenderse y dedicarles tiempo de calidad con sumo afecto.

Daniel Goleman en su best-seller “Inteligencia emocional” nos describe el programa dirigido por el psicólogo Eric Shaps en Oakland, California, en escuelas para niños de 10 años. Puede ayudar a mejorar los conflictos de los escolares. Sabemos que el maestro debe tener una importancia relevante en la formación de nuestros hijos. Nos lo explica así: El maestro muestra los colores del semáforo a los alumnos con el siguiente cartel escrito: • Luz roja. Para, serénate y piensa antes de actuar.

• Luz amarilla. Expresa el problema y explícalo tal como lo sientes. Proponte un objetivo positivo. Piensa en varias soluciones. Piensa también en sus consecuencias.

• Luz verde. Sigue adelante y trata de de llevar a término el mejor plan. La experiencia ha demostrado que estos tipos de consejos por parte del adulto, en este caso el profesor, ayudan al control del niño enojado y en la etapa adolescente puede afrontar mejor sus problemas. Es, sencillamente, algo tan sencillo y tan difícil, como reflexionar para actuar con serenidad. Pienso que nos puede servir también a los mayores en caso de enfado. En nuestro hogar puede ser, también, una forma simpática de aviso cuando tenemos peleas entre hermanos o bien cuando nuestros hijos demuestran una irritación exagerada. Recordamos algunos puntos a tener en cuenta, relacionados con los sentimientos:

1.- Que la primera infancia es fundamental para los sentimientos de los pequeños. Que hemos de demostrar con caricias, miradas, abrazos y palabras que nos agrada que sea el nuestro hijo, nuestra hija. Y que la relación de la madre con su pequeño recién nacido ocupa un papel primordial. Es importante también que el padre se vaya incorporando al cambio de pañales, baños y por supuesto que también acaricie y abrace mucho a su hijo.

2.- Dar tiempo y enseñar que expresen sus sentimientos. Puede que lleguen del colegio con aire cansino. Ante nuestra pregunta: “¿Qué tal?”, “¿cómo va todo?”, no nos conformamos, los padres, con respuestas como: “voy tirando”, “regular”, “fatal”, les escuchamos, sin mirar el reloj y esperamos que cuenten ampliamente que les sucede, desde el fondo de su corazón. 2.- Que en su etapa adolescente seguiremos demostrándole que estamos muy contentos de que sea nuestro hijo, le demostraremos este afecto con el gesto de un abrazo o un beso aunque nos pareciera que no le hace ninguna gracia. Debemos reforzar también el diálogo. Marcar límites para horarios de salidas de noche, navegación por Internet y revisar gastos de móvil. “Vigilar el mal incipiente antes que no tenga tiempo de madurar”, según William Shakespeare.

3.- Buscar con ingenio e imaginación oportunidades para pasarlo bien con los hijos. Fomentar las actitudes positivas y el optimismo.

4.- Estar pendiente de cualquier síntoma extraordinario en su comportamiento como terrores nocturnos, aislamiento o agresividad, para detectar si hay alguna anomalía en les sus relaciones con los demás compañeros del colegio y comentarlo en las tutorías. Y para finalizar una breve reflexión con esta frase de Aristóteles: “Cualquiera puede enfadarse, eso es algo muy sencillo. Pero enfadarse con la persona adecuada, en el grado exacto, en el momento oportuno, con el propósito justo y del modo correcto, eso, ciertamente, no resulta tan sencillo”.

Victoria Cardona Romeu
Escritora y educadora familiar

 
 









La educación de los sentimientos incluye las capacidades del conocimiento propio.
 










Los psicólogos Slovey y Mayer nos definen la inteligencia emocional como la capacidad de controlar y regular los sentimientos.

 
 
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